El perfume alegra el corazón. Aromas de la antigüedad


Vaso de Ishtar, Larsa, Museo del Louvre

Los perfumes, los aceites corporales y los cosméticos fueron, desde que tenemos memoria histórica, objeto de seducción y estaban en relación con el culto a los dioses.
En los textos encontrados en el palacio real de Zimri-Lim en Mari se cuenta que se distribuía a la familia real, a las mujeres del harén, a los templos para las ofrendas a los dioses y para ungir sus estatuas. También se usaba en las ceremonias funerarias, en los festivales y en los regalos diplomáticos.
Tapputi Belatekallim es una perfumera mencionada en una tablilla cuneiforme del segundo milenio a.C. de Babilonia. Usaba flores, aceite, cálamo con ciprés, mirra y bálsamo. Añadía agua, lo destilaba y filtraba varias veces. Era supervisora del Palacio Real.
En los cantos sumerios se describen escenas en las que es frecuente el uso de esencias que producen aromas agradables, como por ejemplo en la celebración de la boda de la diosa Inanna con Dumuzi.

“El rey convida al pueblo a entrar al gran salón.
El pueblo trae ofrendas de comida y cuencos.
Ellos queman resina de junípero, ejecutan ritos lavatorios,
Y apilan incienso de fragancias dulces.”

Para los egipcios el disfrute de los sentidos era una cuestión de olfato por encima de todo. La nariz era el órgano a través del cual los egipcios recibían de los dioses el soplo de vida. En los albores de la Historia, los egipcios simplemente olían las flores y frutas al natural, o quemaban sustancias aromáticas solas, o mezcladas con aceite.

En el Papiro Harris se dice: “He plantado para ti un rico tributo de mirra, para ir por el templo con la fragancia del Punt [país del Cuerno de África de donde procedía la mirra] para tu augusta nariz por la mañana temprano.”

Pintura funeraria, templo de Hapshesut, Foto de Steven C. Price

Por ejemplo, el incienso y la mirra no requieren más que ser quemadas en un pebetero, pero pronto los maestros perfumistas se animaron a hacer combinaciones con diferentes hierbas, raíces, flores, maderas o semillas aromáticas, y aprendieron a fijar los aromas con otras sustancias.
Se conocen muchos perfumes egipcios por las recetas que dejaron en las paredes de los templos, en los llamados “laboratorios”, donde se almacenaban los ungüentos sagrados. No parece probable que se elaboraran en el interior, ya que para su preparación se requería una larguísima cocción y no se han hallado restos de fuegos grandes en los templos. El almacenamiento se atestigua en una inscripción de una jamba de Karnak.

“Su Majestad ha construido una cámara de almacenamiento de incienso para fabricar bolitas cada día, de manera que el templo esté siempre envuelto en el aroma del país del dios.”

En Egipto los perfumes estaban muy relacionados con la práctica religiosa. En las ceremonias que se llevaban a cabo en los templos se empleaban toda clase de ungüentos y fumigaciones, elaborados con resinas o con preparados compuestos que eran sinónimo de pureza y tenían un significado simbólico en la liturgia. Los sacerdotes también ungían las estatuas de los dioses con diversos ungüentos y perfumes.

Muchas inscripciones muestran la importancia del incienso en el culto, como este texto:

“Llega el incienso
el perfume está sobre ti
el aroma del ojo de Horus está sobre ti
el perfume de la diosa Nejbet
que llega desde Nejeb
te limpia, te adorna
se hace sitio entre tus manos.
Saludos, ¡oh incienso!
Trae contigo el ojo de Horus
tu perfume está sobre ti.”



Tras la compleja ceremonia diaria de despertar al dios y hacer las ofrendas sólidas de comida, se procedía al aseo y purificación de la estatua. El incienso tenía la cualidad de apaciguar con su aroma la serpiente del ureaus de la frente de la divinidad. Esta serpiente podía atacar al sacerdote si consideraba que los ritos no estaban correctamente realizados, y el dios se sentía ofendido. El historiador Plutarco cuenta que se quemaba incienso por la mañana, mirra al mediodía y kyphi por la tarde.

El perfume contaba incluso con una divinidad específica, Nefertum, que aparece representado tocado de una cofia en forma de loto. En todas las escenas de banquetes egipcios esta flor adorna las mesas y las cabezas de los comensales, pues al parecer su perfume era muy apreciado.

Dios del perfume, Nefertum

Asimismo, en los rituales funerarios se usaban determinados perfumes que proporcionaban «olor de divinidad» al difunto. Las momias se ungían con perfume para hacerlas agradables a los dioses.

“Cuando prosperes y fundes tu familia, ama mucho a tu esposa, aliméntala, vístela, úntale el cuerpo con ungüentos...”.

Esta recomendación que un padre hacía a su hijo en las Enseñanzas de Ptahhotep, una colección de proverbios morales de la dinastía V (hacia 2400 a.C.), muestra la importancia que tuvieron los perfumes en la vida de los egipcios desde los períodos más antiguos de su historia.

Los perfumes eran un elemento básico en el cuidado personal de hombres y mujeres y eran un indicador de prestancia y de estatus social, pero también se les atribuían propiedades higiénicas, como una forma de disipar los malos olores, e incluso curativas, pues se creía que determinadas fragancias servían para purificar el aire y alejar todo tipo de enfermedades.

Dama Tjepu, Tebas

El historiador romano Plinio afirmaba: «De todos los países, Egipto es el más apto para producir perfumes» y por ello para su elaboración, los egipcios aprovechaban la rica flora de las riberas del Nilo, pese a que el filósofo griego Teofrasto aseguraba que en Egipto las flores no tienen olor; quizás, porque, como decía Plinio el Viejo, el aire del País del Nilo está cargado de humedad procedente del río, lo que hace que sus flores sean poco aromáticas. Los egipcios, sin embargo, apreciaban la fragancia de las plantas de su entorno. 
En un poema del Papiro Harris leemos: «Soy tuya como este trozo de tierra que he plantado con flores y hierbas aromáticas. Es agradable su riachuelo que remueves con la mano y se refresca con el aire del norte».

Los egipcios utilizaban flores autóctonas como el lirio, el iris, el mirto, el loto blanco, el loto azul y flores de distintas variedades de acacia, además de plantas aromáticas como la menta, la mejorana, el eneldo y juncos olorosos. También se usaban las flores de alheña, la raíz de la espina de camello (un tipo de acacia) y el fruto del balanito, que era muy aromático.

Sin embargo, algunas sustancias se obtenían a través de expediciones a tierras lejanas, el canje en mercados extranjeros o el pago de tributos de territorios vasallos. Se importaban plantas como el jazmín de la India, que tiene una flor blanca y muy olorosa; especias como la canela y el azafrán, y un gran número de sustancias resinosas, como el incienso, la mirra, el bálsamo, y las resinas de coníferas como algunos pinos y el terebinto. Aunque los egipcios las diferenciaban bien, a veces las agrupaban bajo el término genérico de «incienso», como sinónimo de sustancia resinosa olorosa que emana su perfume cuando se quema.
Los distintos aceites empleados, a partir de la XVIII Dinastía, fueron: sésamo, lino, ricino y aceite de almendra amarga procedentes de zonas desérticas.

Tumba de Menna

 Los perfumes empleados por el mundo laico en el Antiguo Egipto fueron realizados por medio de diferentes métodos. El primero era la recogida de la cosecha de las flores que crecía en los jardines -la camomila, la anemona, la malva loca, crisantemo, la margarita, las lilas blancas y el loto- que se picaban, se trituraban, o se aplastaban. Se presionaban los tallos o los frutos de las plantas aromáticas frescas, trabajo que se realizaba al aire libre, aunque también se practicaba en los talleres.
El segundo proceso, el prensado y la molienda de los materiales perfumados, se llevaba a cabo fuera, cerca del lugar donde las plantas habían florecido. Consistía en exprimir las flores y plantas aromáticas envueltas en una tela, ayudándose de dos palos que se giraban en dirección opuesta, copiando el sistema de prensa para el vino y el aceite. Esta era una opción no muy usada por ser trabajosa y de poco beneficio, ya que, aunque obtenían una especie de “jugo”, no lograban aprovechar todos los elementos aromáticos de las plantas.

Relieve con preparación de perfume de lirio, Museo del Louvre

Para extraer las esencias, los egipcios maceraban las partes de la planta en un aceite vegetal, como el balanos, que obtenían del fruto del balanito, o el aceite baq, que extraían de la nuez ben, el fruto del árbol moringa, que crece en Egipto aún hoy. El baq tenía la ventaja de ser inodoro, no se ponía rancio y fijaba y conservaba bien los aromas.

Otra técnica, conocida actualmente como enfleurage, consistía en intercalar flores sobre capas de grasa entre dos tablas. Estas flores, o pétalos se cambiaban una vez perdían su aroma (más o menos 24 horas) y se sustituían por otras frescas hasta que la grasa estaba saturada de perfume. Con la técnica de la maceración sumergían flores, hierbas aromáticas y semillas en grasas o aceites calentados a 65º C, luego lo ponían en un mortero y las seguían removiendo mientras el aceite o la grasa aún estaba al fuego. Luego se filtraba y se dejaba enfriar. Si el producto obtenido era líquido (aceite) se ponía en frascos, y si resultaba sólido (grasa) se hacían bolas o conos.

Una alternativa a este sistema era cocer las flores y plantas en agua tapando el recipiente con una tela saturada de grasa. Dejaban evaporar toda el agua y luego raspaban la grasa de la tela, que quedaría perfumada.

El siguiente proceso era la cocción y el hervido de las materias perfumadas. Una vez decantado el líquido se mezclaba con un aceite adicional con diferentes ingredientes: sales minerales, vino, etc... Para aumentar el volumen del perfume se calentaba la mezcla con aceite, plantas, resinas y resinas maceradas y, posteriormente, se filtraba. La sustancia obtenida debía reposar hasta el día siguiente. La cocción o hervido de los ingredientes se realizaba en un taller donde un equipo especializado realizaba diversas operaciones.

 
Tumba de Petosiris
El último paso, sería el transporte y almacenamiento de los perfumes. Después de la cocción, la fragancia de aceite se colocaba en contenedores y se guardaba en almacenes o en templos. En el Imperio Antiguo, en Saqara, se han descrito textos y títulos que anuncian una cierta jerarquía de los encargados de la realización de los perfumes, siendo estos: el “director de los aceites”, el “director de los aceites de los dos palacios”, el “director de los aceites del palacio real”, el “director de los aceites y de la vestimenta del faraón”, así como el “controlador de los aceites y ungüentos”, el “escriba del aceite de limón” o el “escriba de los aceites”. Por otro lado, posiblemente, durante el Imperio Medio, en el gran templo de Amón, de Karnak, un edificio estaba destinado a almacenar incienso.

En fiestas y banquetes los egipcios llevaban en lo alto de la cabeza lo que denominamos conos de perfume. Lo usaban tanto los hombres como las mujeres. Estos conos estaban hechos de grasa de buey junto a otros ingredientes como madera, hierbas y flores, vino, miel y especias, en proporciones que se ignoran. Se aplicaba sobre la cabeza fundiéndose lentamente despidiendo su aroma por todas partes durante la velada. Una canción de arpista dice “Coloca resina antyw sobre tu cabeza”, esta resina antyw era la mirra, pero debido a que en su estado natural tiene poco aroma, quizás se le añadiera cera de abejas, que previamente había sido saturada en perfume.

Una sustancia amarillenta se derretiría por los laterales de los conos, y empaparía las vestiduras de los asistentes a las fiestas. El contacto con el cuerpo, o simplemente la temperatura ambiente de Egipto, sería suficiente para que los conos se derritieran.
Al parecer el sistema de que la grasa perfumada les cayera por el cuerpo y las ropas no sólo no les molestaba, sino que para ellos era importante la hidratación de la piel que les proporcionaba la grasa, y también el que sus vestidos conservaran un buen aroma, aunque por ello tuvieran que mancharse, pues era un signo de riqueza.

Pintura de Tebas, Museo de arte Nelson Atkins, Kansas City, Missouri, foto de Daderot

La carga sensual que tiene un perfume aplicado a la piel, las ropas o los cabellos y el gran poder de evocación que los aromas poseen es algo que el pueblo egipcio conocía sobradamente. Los poetas o enamorados de época faraónica encontraron en las fragancias la inspiración para poemas con alto contenido erótico, como estos:

“Quisiera ser su lavandero
aunque solo fuera un mes
así podría ser feliz lavando sus ropas
que estuvieron cerca de su cuerpo.
Lavaría el ungüento de sus ropas
y limpiaría mi cuerpo con sus vestidos.”

Los ungüentos eran comúnmente aceptados como necesarios para el contacto amoroso. Por tanto, la referencia a los ungüentos en este poema es claramente una alusión de tipo erótico.

EL hecho de que una mujer emanara su perfume era la forma poética de decir que culminaba el acto sexual. Así en este otro poema, vemos como el enamorado desea sumergirse en el aroma de su amada.

“Cuando la abrazo
y me abre sus brazos
me siento como un hombre en el país del incienso
que está sumergido en perfume.”

 
Akenatón y su esposa

Productos como el incienso, la mirra y otras especias provenían de tierras lejanas y eran transportadas por caravanas comerciales que atravesaban las tierras de los árabes y que los fenicios y luego los griegos se encargaban de distribuir por el Mediterráneo. Durante la dinastía de los Ptolomeos, Egipto dominó Palestina y Fenicia, lo que les proporcionó el libre acceso a las rutas comerciales árabes.

Entre los hebreos eran también importantes los perfumes. La reina de Saba en su visita al rey Salomón trajo perfumes como obsequio.

 “La reina de Saba tuvo noticia de la fama de Salomón y para ponerlo a prueba con enigmas, vino a Jerusalén con una magnífica caravana de camellos cargados de perfumes, oro en abundancia y piedras preciosas.”


Salomón y la reina de Saba, Edward Poynter, galería de Arte de Nueva Gales del Sur

En el Cantar de los Cantares se encuentran numerosas referencias a los olores y los aromas de las esencias conocidas en relación con el amado y la amada.

“Eres un jardín cerrado, hermana-esposa mía,
eres un jardín cerrado, eres una fuente sellada.
Tus ramos son una huerta de granados,
y tienes las más extrañas esencias: el nardo
y la canela, el azafrán y la caña aromática,
con todos los árboles de incienso, la mirra
y los áloes, con los más finos aromas.
¡Eres la fuente de mi jardín,
la cisterna de las aguas vivas
que del Líbano manan! (Cantar de los cantares)

La hebrea Ester recibe un largo tratamiento de baños en perfumes antes de ser presentada al rey persa Asuero.

“Y cuando a su vez cada doncella llegó con el Rey Asuero, después de haber sido tratada de acuerdo con la práctica prescrita para las mujeres, durante doce meses; por tanto, eran los días en que habían terminado sus ungüentos, seis meses con óleo de mirra y seis meses con perfumes y con los ungüentos de las mujeres."



Algunas otras regiones eran famosas por proveer a diversos países con sus productos cosméticos, como la zona de Oriente Próximo. El renombrado opobalsamum o bálsamo de Judea, citado por Plinio como uno de los mejores ungüentos, se caracterizaba por su alto coste, ya que había pocos lugares en los que podía cultivarse la planta de la que se extraía, ahora extinta, además se podía conseguir poca cantidad y el gasto de transporteera caro.  Las autoridades romanas vendían el bálsamo a 300 denarios el sextario, pero una vez que se había convertido en el preciado ungüento su precio alcanzaba los 1000 denarios.
Los bosques que proporcionaban tan apreciada esencia estaban muy protegidos en la provincia de Judea. En los enfrentamientos contra los romanos algunos bosques fueron arrasados para que no cayeran en poder del Imperio, pero posteriormente Roma se hizo con el control total de la producción a la que sacó gran beneficio. El comercio de este bálsamo se mantuvo por lo menos hasta el siglo VI d. C.

Ya en el Nuevo testamento María de Betania lava los pies de Jesús con perfume de nardo en un acto de adoración a Cristo. A principios del siglo I a.C. el precio de este ungüento era 300 denarios el litro, pero varias décadas después su precio había bajado hasta 100 denarios por la misma cantidad, gracias al abaratamiento del transporte y de los ungüentarios.  Recibía el nombre de nardinum y estaba compuesto de nardo, amomo, mirra, aceite de olivas sin madurar, aceite de balano, cálamo, costo y bálsamo.

«Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos y la casa se llenó del olor del perfume» (Juan 12:3).

Dama de Galera, Museo Arqueológico Nacional, Madrid, Foto Jean Pierre Dalbéra

Los principales centros exportadores de perfumes orientales en época arcaica fueron Chipre y Rodas. Desde el siglo VIII a.C. eran los perfumes procedentes del país del Nilo los más caros y demandados en el extremo occidente. Mercaderes egipcios se asentaban en los puertos internacionales como Chipre, donde la demanda de perfumes estaba muy relacionada con los cultos destinados a la divinidad femenina oriental Astarté-Isis-Afrodita-Venus.

“Aquellos no tenían como dios a Ares ni a Tumulto,
 ni a Zeus como soberano, ni a Crono, ni a Poseidón,
sino a Cipris como reina.
A esta ellos a su vez se la propiciaban con imágenes sagradas, figuras pintadas y refinados perfumes, ofrendas de mirra pura y de fragante incienso, y vertiendo en tierra libaciones de rubia miel.” (Empedocles)

La fundación del templo de Astarté en Cádiz introdujo en Occidente los cultos y rituales mediterráneos vinculados a esta divinidad. El uso de perfumes en el culto a esta diosa puede haber sido una asimilación del culto egipcio a Isis. El culto a Astarté estaba relacionado con la prostitución sagrada que ejercían mujeres heteras del templo de la diosa cuyo ritual pretendía favorecer la fecundidad de plantas, animales y personas. Estas prácticas fueron famosas en la antigüedad desde el Helenion de Naucratis, en el delta del Nilo, hasta el templo de Afrodita en Cádiz, de un extremo al otro del Mediterráneo.

Dama de Cádiz, época fenicia

La diosa púnica Tanit contaba con algunos santuarios en los que las ofrendas de perfumes eran habituales, ya que se han encontrado restos cerámicos de recipientes, algunos de procedencia egipcia.
En el siglo V a. C. comienzan a detectarse la llegada de perfumes griegos a los yacimientos
púnicos del área gaditano a causa del intercambio comercial entre Ampurias y Cádiz

Según la mitología griega el perfume de la rosa nació de la mano de Afrodita al salpicar una gota de sangre de la diosa sobre una rosa, que adquirió así su color y aroma, aunque era originario del lejano Oriente.

“Se hiere Venus bienhechora al tiempo que escapa de Marte
enamorado y con los pies descalzos pisa un prado florido.
Una espina sacrílega asoma entre la hierba acogedora
y al punto hiere las plantas de la diosa con ligero rasguño.
Sangre de allí se vierte; la espina se viste de grana;
la que cometió el crimen gana en recompensa su perfume.
Todo el espinar enrojece de sangre por campos coloridos
y la rosa, émula del astro, consagra los abrojos.” (Antología Latina)

Se le llamaba “rhodinum”, nombre que hace referencia a la isla de Rodas que desde muy temprano fue consagrada a la diosa Afrodita. En la Ilíada, la diosa Afrodita unge el cuerpo del difunto Héctor “con aceite, perfumado de rosas”.



Aunque en Grecia se conocía el uso de los perfumes desde la época micénica, su uso fue objeto de crítica a menudo; Solón se esforzó en vano en prohibirlos y Licurgo expulsó a los perfumistas de Esparta. Los griegos se contagiaron pronto del gusto oriental por los perfumes por su contacto con los persas y desde comienzos del siglo VII a.C., el principal centro de producción de perfumes fue Corinto, que empezó a exportar a todas partes sus productos, comercializados dentro de unos preciosos tarros de cerámica decorada, llamados arybaloi y alabastra. Los alabastrones Corintios y Áticos fueron muy populares entre los siglos VII y IV a. C. y se caracterizaban por una delicada y compleja decoración los más lujosos y para los más baratos un material corriente y una forma sencilla. Todos debían ser manejables y fáciles de usar, podían ser de un solo uso, pero también podían reutilizarse. Algunos podían llevarse colgados con un cordel o cadena para ser transportados fácilmente.
El uso del perfume se incrementó entre los griegos a raíz de que Alejandro Magno se aficionase a los perfumes durante sus conquistas en Persia, aunque en un principio se había mostrado reacio a ellos.

“El perfume debe ser característico del pueblo de los persas. Éstos se impregnan con él y neutralizan el mal olor debido a la falta de aseo procurándose este producto apreciado. Que yo sepa, la primera caja de perfumes la cogió Alejandro de las pertenencias del rey Darío tras la toma de su campamento. Después su efecto placentero ha sido admitido también por nosotros entre las cosas agradables de la vida más exquisitas e incluso más nobles, y su consideración ha comenzado a extenderse hasta para las honras fúnebres.” (Plinio, Historia Natural, XIII, 1)

El valor religioso y simbólico del perfume como elemento sagrado estaba relacionado en Grecia con la creencia en la resurrección y en la regeneración de la vida. Adonis y sus celebraciones festivas de carácter privado, Adonisias, estaban íntimamente relacionadas con el uso del perfume, porque éste despertaba el deseo carnal y la unión matrimonial con fines reproductivos que propiciaba la fertilidad y la regeneración de la vida.

Jarrita de perfumes de época helnística, Museo Metropolitan, Nueva York

 En el periodo helenístico Oriente siguió vertiendo su influencia en Grecia en cuanto al uso de productos de lujo, como el perfume. Muchos autores reflejaron esta costumbre de los pueblos orientales en sus obras. Ateneo recoge en El Banquete de los eruditos una cita de Epífanes sobre el rey Antíoco Epífanes:

“Acostumbraba así mismo a bañarse en los baños públicos cuando se hallaban llenos de gente, proveyéndose de frascos de los más caros perfumes. Una vez alguien le dijo: ‘Sois afortunados vosotros los reyes, que usáis estos perfumes y oléis bien’. Sin responder nada al hombre, entró al día siguiente cuando éste se estaba bañando, e hizo que le derramaran sobre la cabeza un frasco enorme de un perfume carísimo, la llamada stakte (destilada). De manera que todos se pusieron en pie y se arremolinaron bañándose en el perfume, al tiempo que provocaban risas al caer debido a su viscosidad, lo mismo que el propio rey.”

En los banquetes los comensales se lavaban las manos con agua perfumada, eran ungidos con aceites perfumados y adornados con coronas de flores para disimular los olores corporales.

“Y después, unos esclavos nos dieron el aguamanos,
con jabones mezclados con aceite de lirio, echándonos agua
tanta como se quisiera, y espléndidas *** toallas [tibia,
de fino hilo, y nos entregaban ungüentos con aroma de ambrosía y coronas florecientes de violetas.” (Cita de Filoxeno, El Banquete, Ateneo, Banquete de los eruditos)



Del empleo excesivo de los perfumes y la voluptuosidad de algunos individuos de la época es ejemplo el que se llegase a la aplicación de diferentes aromas según el cuerpo que se quisiese perfumar, llegándose a la mezcla de varios de ellos en una misma persona. Ateneo de nuevo en su obra describe un caso muy claro y exagerado, tomado de los habitantes de Tórico:

A. Y se lava de verdad… B. ¿Y qué?
A. … con perfume egipcio sacado de un frasco con apliques de oro,los pies y las piernas; con uno de palma, las mejillas y los pezones; con otro de menta acuática, uno de sus brazos; con uno de mejorana, las cejas y la cabellera;  con otro de serpol, la rodilla y el cuello…”

También las estatuas, al igual que ocurría con las egipcias, eran untadas con fragancias, como ocurre en este epigrama, en el que se dice que una efigie de Berenice se perfuma y se erige junto a las Gracias, ejemplos de belleza femenina.

“Son cuatro las Gracias, pues otra a las tres conocidas se ha unido, Berenice, la ilustre y dichosa por doquier, cuya efigie empapada en perfumes reluce y sin la cual las propias Gracias ya no son tales.” (Calimaco, Antología Palatina)



En todas las civilizaciones el perfume ha sido esencial en las celebraciones tanto religiosas como civiles, públicas como privadas, así, por ejemplo, sucede en las bodas en las que la novia, e, incluso, a veces, el novio, son rociados con perfume antes o durante la ceremonia.

“Ya ató su abundante cabello rizoso la virgen Hipe, de Licomedes hija, y con perfume, sus sienes frotó, pues llegó la ocasión de sus bodas.
Tu favor virginal, Artemis, imploramos nosotras las cintas: que nupcias y prole concurran juntas en esta niña, que aun gusta de las tabas.” (Antípatro, Antología Palatina, 648)

En la poesía lírica el perfume, como las joyas y los vestidos costosos son símbolo del deseo del amante de estar los más cercano posible al cuerpo de la amada. El amante envidia al perfume que está en contacto con la piel de su enamorada, objeto de su pasión.

“Onda quisiera ser para bañarte,
ungüento y perfumar tu piel de nieve,
banda y el alto seno sujetarte,
perla y fulgir en tu garganta hermosa,
¡o ser quisiera tu sandalia breve,
que, como tú la huellas, es dichosa!” (Anacreonte, Oda a una doncella)


Dulces violetas, John William Godward

La limpieza y el uso de productos de belleza como aceites aromatizados y polvos desodorantes eran elementos que formaban parte de una cultura, la romana, en la que la visita diaria a los baños era casi una obligación.

Los perfumes más líquidos elaborados con aceite de oliva, almendra o sésamo, entre otros, se utilizaban para dar masajes corporales y perfumar el cabello o las ropas mediante espátulas. Los más espesos, llamados ungüentos, servían para untar y perfumar el cuerpo. Una tercera forma de realizarlos era con polvos, que se aplicaban en el cuerpo y en el rostro con plumas de cisne.
Se proporcionaban a los perfumes colores diferentes a partir de productos naturales como el cinabrio, la ancusa o la henna. Debían emplearse con precaución para no manchar la piel o la ropa.

“La mirra por sí sola hace un perfume sin necesidad de aceite, es aceite de mirra; además es demasiada amarga. El ciprinum es de color verde, el susinum es grasiento, el mendesium de color negro, el rhodinum blanco y la mirra amarillenta.”  (Plinio, Historia Natural 13, 2, 17)

Quemador de perfumes romano, foto de Samuel López

Los ciudadanos del imperio lo perfumaban casi todo. Para ocultar los olores desagradables de los hogares llegaban a aromatizar el aceite que se utilizaba para encender las lámparas y las ropas que conservaban los olores que provenían de los tintes. Los perfumes se rociaban en espectáculos públicos donde su uso podía enmascarar el olor de las masas de gente como en desfiles y en funerales.
El perfume se consideraba por parte de los romanos como un símbolo de auto-complacencia que las mujeres y los afeminados usaban en exceso, pues muchos criticaban su uso como muestra de falta de virilidad y de vida poco activa.

Sin embargo, ya en la época de la República parece que los hombres se rociaban de perfume para resultar más atractivos a las mujeres. Algunos perfumes y aromas se consideraban más apropiados para las mujeres, pero otros podían recomendarse para uso de los hombres.

“Me gustan los bálsamos: éstos son los perfumes de los hombres. Oled a los aromas de Cosmo vosotras, matronas.” (Marcial, XIV, 59)

El nuevo perfume, John William Godward

Las mujeres solían recibir perfume como regalo y lo empleaban para aumentar su atractivo, y para seducir a sus amantes. No faltaban las críticas a una conducta en la que la mujer usaba su cuerpo para provocar y conquistar a los hombres desde la época de Plauto, incluyendo a los poetas del siglo I d. C. que preferían a sus amantes sin adorno y con su olor natural, y terminando en los filósofos y escritores del final del Imperio que arremetieron contra el uso de afeites por parte de hombres y mujeres cristianos.

FILEMATIO.— ¿No crees que me debo perfumar?
ESCAFA.— De ninguna manera.
FILEMATIO.— ¿Por qué?
ESCAFA.— Porque a fe mía que una mujer huele bien cuando no huele a nada; esas viejas que se untan de perfumes, todas recompuestas,  esos vejestorios sin dientes que pretenden tapar sus defectos a fuerza de afeites, cuando el sudor se combina con los perfumes, huelen exactamente igual que un batiburrillo de salsas de un cocinero; no puedes saber a lo que huelen, lo único de que te das cuenta es que huelen mal. (Plauto, Mostellaria)

Muchos ingredientes de los perfumes apreciados en Roma tenían que ser importados de lugares exóticos, aunque algunos empezaron a cultivarse en Italia con el tiempo, pero otros podían encontrarse en los jardines domésticos, donde se cultivaban hierbas y plantas con fines medicinales y culinarios, además de proveer en casos de los más extensos a los fabricantes de perfumes y ungüentos con los ingredientes necesarios.

“Que Tmolo (Lidia, Asia Menor) y Córico (Cilicia, Asia Menor) deben su celebridad a la flor del azafrán, como Judea y Arabia a sus preciados perfumes, pero tampoco se ve privada de tales plantas nuestra ciudadanía, pues en varios sitios de la Urbe podemos ver ya el follaje de la canela, tan prontamente desarrollado, y huertos en los que florecen el árbol de la mirra y el azafrán.” (Columela, III, 8)

Flor de la mirra

Los perfumistas almacenaban sus productos en frascos de plomo o de otros materiales como el alabastro y el ónice, e incluso arcilla para evitar que se evaporaran los aromas y los guardaban en los altillos de sus tiendas, a la sombra, para que el sol y el calor no los dañara.

“Esta piedra se llama alabastro, y se trabaja para hacer recipientes para ungüentos, porque tiene fama de evitar que se estropeen más que ningún otro material.” (Plinio, H.N. XXXVI, 12)

Pero con la invención del vidrio soplado en Siria en el siglo I. d. C., las ampullae (botellitas para aceites o perfumes) comenzaron a elaborarse con ese material, ya que eran envases que reunían cualidades para preservar el aroma de los perfumes durante años. Además de poder ofrecer una gran variación decorativa, la reducción del precio de estos recipientes favoreció la ampliación de su uso debido también al abaratamiento del precio final del perfume o ungüento. Otro material más barato era la arcilla.

Putti perfumistas, Casa de los Vetti, Pompeya, foto de Mary Harrasch

En la fabricación de los perfumes de entre todas las esencias la que se añadía la última era la que permanecía de forma más potente y proporcionaba el aroma por el que se conocería. Algunos otros perfumes eran denominados según su lugar de procedencia.

El Mendesium era uno de los perfumes egipcios más famosos y se elaboraba en la ciudad de Mendes, en el delta del Nilo, desde donde luego se exportaba a Roma. Consistía en aceite de moringa, mirra y resina. Dioscórides le añadía casia. Era sumamente importante el orden en el que se agregaban los ingredientes al aceite ya que el último le impartía el aroma más dominante. Teofrasto menciona como ejemplo que se agregaba una libra de mirra a media pinta de aceite y en una etapa posterior se añadía un tercio de onza de canela, dominaba el aroma de canela. El secreto de los fabricantes de ungüentos egipcios era, obviamente, el momento en el cual añadir los distintos ingredientes y a qué temperatura hacerlo. El perfume de Mendes era conocido como “El Egipcio” por excelencia.

Las esencias más utilizadas eran flores como la rosa, el nardo, o el lirio, hierbas como el romero, tomillo, o lavanda, especias como el azafrán, canela, o cardamomo, resinas como el incienso, la mirra, o la de ciprés y frutos como el membrillo. Dioscórides proporciona una receta para elaborar aceite de membrillo:

“El aceite de membrillo se prepara de esta forma: mezcla seis sextarios de aceite con diez sextarios de agua, añade tres onzas de romaza triturada y una onza de esquemanto, déjalo durante un día y cuécelo. Luego, tras colar el aceite, échalo en una vasija de boca ancha, coloca encima zarzos de caña o una esterilla antigua y sobre ellos los membrillos. Envuélvelo todo con paños y déjalo reposar suficientes días, hasta que el aceite atraiga la virtud de los frutos.”

Festival de primavera, Pintura de Alma-Tadema

Los romanos también gustaron de los perfumes para celebrar fiestas públicas y privadas, como natalicios, en las que se mezclaban sabores y olores, vino y flores, como en la celebración del natalicio del amigo de Tibulo y el deseo para Cornuto de fidelidad conyugal y una vejez rodeada de su familia.

“Digamos palabras favorables: el Cumpleaños llega a los altares. Cualquiera que esté presente, hombre o mujer, calle su lengua. Que se quemen los píos inciensos en los hogares, que se quemen los perfumes que el exquisito árabe envía desde su opulenta tierra. Que el Genio en persona asista para ver sus ofrendas, que delicadas guirnaldas ornen su sagrada cabellera, que sus sienes destilen nardo puro y esté saciado con la ofrenda y ebrio de vino y te conceda, Cornuto, cualquier cosa que le pidas.” Tibulo, II, 2

Que los romanos valoraron el perfume como un elemento de la atracción sexual es evidente pero también se apreciaba la fragancia natural del sentimiento del amor como más valioso incluso que el uso de aromas caros y procedentes de países lejanos. Algunos poetas se declararon partidarios del olor natural de la amada y criticaron el uso de perfumes y adornos.

“Cuando ella se suelte de noche el lazo de su turbante
sidonio y te dirija sus ojos somnolientos,
te llegarán no los perfumes de las flores de Arabia,
sino los que Amor hizo personalmente con sus propias manos.” (Propercio, II, 29)

Terracotta griega

Todavía en época cristiana se reconoce la estima por los perfumes y las flores para adornar los lechos nupciales. Los autores de la época escriben obras que conmemoran los matrimonios de personajes principales en las que se incluyen los aromas que tradicionalmente se habían estado utilizando, procedentes de lugares exóticos y lejanos.

“Alcanzadas las puertas de la cámara nupcial, vuelcan canastos de rojas flores primaverales derramando una lluvia de rosas y esparciendo de sus aljabas llenas violetas recogidas en los prados de Venus, a las que ni siquiera, Sirio, mitigando su ardor, había tocado. Por todo el palacio se vierten, con jarrones adornados de piedras preciosas, perfumes procedentes de las resinas recogidas de las cortezas del Nilo, rasgadas por la cruel uña.” (Claudiano, Epitalamio de Paladio y Celerina)

Algunos otros autores cristianos se opusieron al uso indiscriminado del perfume para toda ocasión entre hombres y mujeres. Unos se decantaron por no usarlo nunca y otros limitaron la oportunidad de su aplicación.
Clemente de Alejandría enumera los perfumes más usados en su época y cita las propiedades que tenían y el uso que se podía dar a tales productos, diferenciando entre perfumarse y untarse con perfumes, y, exigiendo moderación en su uso, para evitar la lascivia y el afeminamiento de los hábitos viriles. Clemente recomienda restringir su uso a fines realmente necesarios, como los medicinales, entre los que cita su empleo en masajes o para alivio de catarros y náuseas y proporciona una interesante información acerca de dichos usos terapéuticos.

“El placer derivado de las flores, y el beneficio derivado de los ungüentos y perfumes no debe pasarse por alto. Y, de algún modo, ¿qué placer hay, entonces, en las flores para aquellos que no las usan? Demos a conocer, pues, qué ungüentos se preparan con ellas y son más útiles. El Susinum se hace con varias clases de lirios, y es cálido, laxante, hidratante, sutil, antibilioso, emoliente. El Narcisinium se hace de narciso, y es tan beneficioso como el Susinum. El Mirsinium, de mirto y sus frutos, es astringente y detiene las efusiones del cuerpo y el de rosas es refrigerante”. (Pedagogo, Cap. VIII)

Ungüentarios romanos de vidrio

Bibliografía:

https://issuu.com/ordendeur/docs/aane_tesis_aromaterapia_en_egipto_antiguo; Historia
de la aromaterapia en Egipto antiguo; Laura G. Sánchez
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2226960.pdf; Los perfumes en el Cristianismo; Patricia Grau Dickman
www.academia.edu/.../El_perfume_en_los_rituales_orientalizantes_de_la_Península_Ibérica; Ester LÓPEZ ROSENDO
The Book of Perfumes; Eugene Rimmel; Google Books
http://www.mac.cat/Media/Files/Unguentos-y-perfumes-en-el-mundo-fenicio-y-punico;
Teresa Carreras Rosell

www.academia.edu/.../Follow_the_Scent; Follow the scent… Marketing perfume vases
in the Greek world; Natacha Massar y Annie Verbanck-Piérard
revistas.ucm.es › Inicio › Vol 9 (1975) › Alfageme; HIGIENE, COSMÉTICA Y DIETÉTICA EN LA COMEDIA ÁTICA; Ignacio R. Alfageme
Cantos e himnos de Sumeria;DIANE WOLKSTEIN Y SAMUEL NOAH KRAMER; Traducción Ofelia Iszaevich

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