Tinte del cabello, moda y color en la historia


Los primeros colorantes para el cabello se hacían de materiales encontrados en la Naturaleza, minerales o vegetales, tales como la camomila, el índigo, la henna, y las bayas silvestres
Hacia finales de la Edad del Hierro, los celtas y los galos usaban un tipo de lejía para lavar y decolorar el cabello. Lograba un llamativo color blanco. Los pálidos guerreros con mechones blancos y pelo tintado con glastum, tinte azul brillante presentaban un dramático aspecto para intimidar a sus enemigos en el campo  de batalla.
La henna parece haberse utilizado en las antiguas civilizaciones mesopotámicas y egipcia con un objetivo estético, pero también con el efecto de proteger contra los malos espíritus que causaban enfermedades y desgracias. Se han encontrado momias egipcias con restos de cabello teñido con henna y se cree que ya se utilizaba en la edad del Bronce.
Las hojas de henna se machacaban y se mezclaban con agua o aceites hasta conseguir una pasta para colorear el pelo o el cuerpo. Su contenido de la proteína, queratina, hace que se prolongue su duración. Según el origen de la planta, cultivada en ambientes cálidos y áridos de Asia y Norte de África, su color podía proporcionar un tono anaranjado, cobrizo o marrón oscuro.


Pintura de la reina egipcia Hetepheres con pelo o peluca de color rubio

El pelo negro era en Egipto signo de juventud y buena salud, por lo que se evitaba el pelo gris o canoso y se aplicaban productos obtenidos de animales que por su color oscuro pudieran proporcionar ese tono al propio cabello como por ejemplo una loción hecha con sangre de toro negro hervida en aceite que oscurecía el cabello. También se trituraba el cuerno negro de una gacela y se lo mezclaba con aceite hasta formar un ungüento que “tapaba” las canas. Un remedio muy eficiente para las canas consistía en preparar un ungüento con bayas de enebro y dos plantas — que aún no se han podido identificar — amasadas en caliente con aceite.


Pintura egipcia

Los pueblos indo-europeos conectaban el color rubio con la adoración al sol y al fuego. Los asirios rociaban el cabello con polvo de oro y los persas adornaban sus barbas con hilos de oro. El historiador Flavio Josefo escribe en su obra Antigüedades de los Judíos como la guardia personal de Salmón incluía dos mil jóvenes vestidos con túnicas de púrpura tiria, los cuales “rociaban su pelo con polvo de oro de forma que sus cabezas relucían cuando el sol se reflejaba en el oro.” (L.VIII)


Bailarines etruscos de la tumba de las Leonas, Tarquinia

Los griegos se sintieron atraídos por el pelo rubio que brillaba como el sol y que contrastaba con la mayoría de habitantes de pelo oscuro de la zona mediterránea. Algunos dioses y héroes griegos se describen como rubios o de cabello dorado, como el dios Apolo o Febo.
El poeta Alcman de Sparta en su obra Parthenia describe  a su pariente Hagesichora cuyo pelo reluce como el oro puro.

 “Oyeron a Febo y desde Delfos trajeron un oráculo del dios, de seguro cumplimiento. Así en efecto habló desde su rico santuario el del arco de plata, el flechero, el rey Apolo de rubia cabellera…” (Eunomia, Tirteo)


Fresco con Apolo y cítara, Palatino, Museo Nacional Romano

En los inicios de la civilización griega solo las prostitutas se teñían de rubio, pero en la época helenística, ya muchas mujeres se coloreaban el pelo con polen o pétalos de flores amarillas mezclados con agua potasa, o bien empleaban polvo amarillo o dorado.

Las romanas, en cuestión de moda con referencia al arreglo capilar, solían usar tintes y colorantes para disimular las canas y cambiar el color del cabello. Una constante preocupación por la búsqueda de la belleza exterior las llevaba a arrancar o teñir el cabello cano con el motivo de disimular los años de la vejez. Así, generalmente, volvían sus cabellos rubios, negros o rojizos para volverlos más propicio a la seducción. Los tonos de colores como el azulado y el rubio anaranjado estaban reservados para las cortesanas, y en la jerga popular con la expresión flaua coma (cabellera rubia) se denominaba a las mujeres poco serias. Las puellae de los elegíacos se mostraban atractivas a sus amantes con la cabellera rubia, aunque los poetas considerasen como una especie de engaño el color rojizo de los cabellos (Belgicus color).


Detalle mosaico de villa romana de La Olmeda,
Palencia
“Todavía ahora imitas insensata a los pintados britanos y coqueteas con tu cabeza teñida con brillo extranjero?
 Tal como la naturaleza la dio, así es ideal toda belleza:
feo es el color belga para los rostros romanos.
!Qué surjan bajo tierra muchos males para la doncella que cambia su cabello con artificio inapropiado!
Es que si una se tiñera sus sienes con tinte azul,  por eso esa belleza azulada le sentaría bien? (Propercio. II, 18)

Teñirse el pelo llegó a ser común entre las damas romanas muy pronto. En una época tan antigua como la de Catón se había introducido en Roma la costumbre griega de colorear el pelo de amarillo rojizo. Lo más utilizado para ello fue la pila mattiaca, procedente de la ciudad de Mattium (actual Marburgo), que daba al cabello un color rubio encendido:

“Si a teñir te dispones ya canosa, tus longevos cabellos, toma -¿a dónde te llegará la calva? Unas bolas mattiacas. (Marcial, XIV, 27)

Se conocía también como spuma batava o sapo, nombre que le da Plinio:
“El sapo, también, es muy útil para este propósito, una invención de las Galias, para dar un tinte rojizo al cabello. Se prepara con sebo y ceniza, de las que las mejores son las de haya y carpe: hay dos tipos, el sapo sólido y el líquido, ambos muy utilizados por los pueblos germanos, por los hombres más que por las mujeres.” (H.N. XXVIII, 51)


Fresco romano, Museo Nacional Romano

La spuma Chattica y spuma Batava teñían de rojo dorado y sus nombres se debían a las tribus germanas de las que procedían.
Para teñir el pelo de rojo se hacía uso de la henna, sustancia vegetal procedente de Egipto y de las provincias orientales o una loción de cyprinum (aceite de henna) mezclado con vinagre y otros ingredientes. Para teñir de rubio se usaba el azafrán, pero debido  a su alto precio, se emplearían plantas más baratas. Faex aceti era un colorante con base de vinagre y mastic, una resina, que proporcionaba un rubio con tonos color fresa. Lixivium con mosto de uva era otro colorante rubio.


Detalle mosaico villa romana de Carranque, Toledo

Para teñir el pelo de negro se utilizaba una mezcla de aceite de oliva y cáscara de nuez, además de otros ingredientes.
¡Ay, tarde apelo al amor y tarde a la juventud!, cuando
la cana vejez colorea una cabeza vieja. Entonces se
recurre al cuidado de la figura, entonces se tiñe el cabello
para disimular los años tintado con la verde corteza de
una nuez; entonces preocupa arrancar las canas de raíz y
tener un rostro nuevo cambiando la piel.” (Tibulo, I, 8)

Plinio, de nuevo, dejó algunas recetas en las que se empleaban unos ingredientes un tanto peculiares:

“Las sanguijuelas dejadas pudrir en vino tinto durante 40 días tintan el pelo de negro.” (H.N, XXVIII, 29)


Retrato de El Fayum
Las bayas silvestres además de ser  también parte de la dieta de los más pobres eran un remedio barato para teñir de negro, por ejemplo una mezcla de hipérico o hierba de San Juan con jugo de saúco. También las agallas de roble proporcionaban un tono negro o azulado al cabello.
Plinio describe el absinthium como un tinte hecho de cenizas de ajenjo mezclado con ungüento y aceite de rosa para teñir de negro.
Muchos autores denunciaban la falsa belleza conseguida por las mujeres con el uso de productos que enmascaraban su verdadero aspecto:

“En una mujer, en efecto, todo es fingido, no solo las palabras, sino también las apariencias externas: aunque parezca hermosa, es el ingenio de los indiscretos ungüentos. Y su belleza es propia de sus bálsamos, o del tinte de sus cabellos, o incluso, de sus potingues. Pero, si la desnudas de la mayoría de estos engaños, se parece al grajo desplumado de la fábula.” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, II, 36)


Pintura de John William Godward

De los perjuicios que al cabello podía ocasionar el excesivo abuso de colorantes  han llegado varios ejemplos literarios, como la elegía XIV de Ovidio, donde reprocha a la amada el haber perdido su cabello por utilizar tintes y otros artilugios para componer su peinado.

“Ya te lo decía: - Deja de teñir tus cabellos -, ahora ya no tienes ni un pelo que puedas colorear… No eran negros, ni dorados, sino de un tono intermedio, igual que el del alto cedro, al que se arranca su corteza en los húmedos valles del empinado Ida… Tuyo es el delito, y tuya fue la mano que derramó el veneno en tu cabeza.” (Ovidio, Amores, I, 14)

También los hombres se sentían tentados por la ocultación de las canas empleando los tintes que los tonsores aplicaban: “Te haces el joven, Letino, con tus cabellos teñidos, tan pronto cuervo, si hace un momento eras cisne. No puedes engañar a todos, Proserpina sabe que lo tienes blanco, ella le quitará el disfraz a tu cabeza.” (Marcial, III, 43).


Pintura de Alma Tadema, Museo de Bellas Artes, Boston



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