Ámbar, la joya de las lágrimas divinas

Ámbar y oro, tumba 102, Braida di Serra di Vaglio, Museo Getty

“El ámbar fluye de una especie de pino, como sale la resina del pino y del cerezo la goma. Se rompe por la abundancia del humor, y a continuación se espesa y endurece, por congelación o frío o calor, o por la acción del mar, cuando las grandes mareas baten estas islas, son despedidos: a la costa, las olas lo mueven ya que parece estar suspendido, sin llegar al fondo.  Nuestros ancianos, que pensaron que era el jugo de un árbol, lo llamaron succino. Se demuestra que primeramente su estado fue líquido, al ver en el interior, gracias a su transparencia, diversos objetos, como: hormigas, moscas, lagartijas. Es evidente que estos quedaron pegados en el ámbar todavía líquido, y han permanecido encerrados cuando se endureció.”


Resina de conífera
El ámbar es una resina fósil procedente de la solidificación de la sustancia protectora  segregada por las coníferas extintas hace millones de años que arrastraba semillas, hojas, plumas e insectos y que cuando se expone al oxígeno, se oxida y se degrada, por lo que necesita unas condiciones para su conservación y por ello se encuentra en sedimentos arenosos formados en antiguas lagunas y deltas de los ríos.

“Mientras una hormiga vaga a la sombra de un chopo, una gota de ámbar atrapó al diminuto animal. Así, la que hace poco era minusvalorada, ahora con sus funerales se ha vuelto valiosa.” (Marcial, Epig. VI, 15)




El historiador Tácito relata cómo encuentran y tratan con el ámbar los germanos:

“Navegan también por el mar, buscando sus secretos. Y ellos solos cogen en los bajíos y en la misma costa el ámbar amarillo, que llaman glesum. Pero como son bárbaros nunca han querido saber, ni hallar lo que es ni cómo se origina. Y durante mucho tiempo solían dejarlo entre las otras inmundicias que arroja el mar, hasta que nuestro deseo y superficialidad le dio nombre y valor. Ellos no lo usan; lo cogen tosco, y así nos lo traen, sin darle talla ni forma, y se asombran del precio que reciben por él. Pero se puede entender que es licor de algún árbol porque muchas veces se ven en su interior algunos animalillos, que habiéndosele pegado se quedan allí encerrados cuando se endurece la materia. Si se prueba su naturaleza prendiéndole fuego, hallaremos que se enciende como una tea y hace una llama grasienta y olorosa, y después se ablanda y derrite, quedando como pez y resina”. (Tácito, Anales)

Amuletos de ámbar, Museo Nacional de Dinamarca

Conocido desde el Paleolítico, es en el Neolítico, cuando su asociación con el sol debido a su brillo, los pueblos usan el ámbar como elemento protector y curativo.  A partir del Calcolítico, se empieza a considerar su poder mágico relacionado con la eternidad. En la Edad del Bronce su demanda sube y empieza su comercialización a gran escala, originándose varias rutas que llevan el ámbar del Báltico, donde se hallan los mayores yacimientos, a Europa y todo el Mediterráneo. Los pueblos micénicos y fenicios se encargan de distribuir el preciado material entre todos los pueblos desde Anatolia y Mesopotamia hasta la península Ibérica.
Durante el Neolítico se tallaron trozos de ámbar  a los que no se les pulía la superficie, pero se utilizaron como adorno o amuleto, haciéndoles un agujero y pasando un cordel para llevarlo colgado o sujeto a la ropa. Las piezas presentan diferentes formas y se han encontrado en tumbas y lugares para el sacrificio.


Collares con ámbar, Sejerslev, Museo Nacional, Dinamarca

Además de la creencia en su poder mágico, el ámbar se convirtió en esta época en un símbolo de prestigio y  poder económico y social de las élites que podían adquirirlo. Su posesión confería importancia, pues en algunos casos se debía al intercambio de regalos entre los pueblos y ello implicaba jerarquía y aumento de poder. Su valor como materia prima proviene de la escasa disponibilidad, del transporte y de su color que puede variar desde los tonos amarillos y rojos transparentes hasta blancos y azules opacos.
“Existen varios tipos de ámbar. El blanco tiene el mejor olor, pero ni el blanco ni el ámbar de color de cera son los más estimados: el ámbar rojo es el más querido, sobre todo cuando es transparente. Sin embargo, no debe ser demasiado brillante. Queremos que brille como el fuego, pero no como el propio fuego. El ámbar más buscado es el de Falerna, llamado así porque tiene el color de este vino y es cada vez más transparente y tiene un suave resplandor.  Algunas especies son recomendadas por un suave tono de miel cocida.” (Plinio, Historia Natural)

Ámbar etrusco, Museo Getty
Desde antiguo el ámbar se ha utilizado como materia prima para la elaboración de elementos de adorno y amuletos. Se talla y se pule con facilidad, resultando adornos semitransparentes, brillantes y ligeros. En Mesopotamia y Egipto se han hallado cuentas y piezas en entornos funerarios. Algunas momias egipcias las presentan entre las vendas como protección en el más allá.
Cuando el ámbar se calienta, emite un aroma resinoso suave, que hace sentirse mejor y creer en el poder sanador de la piedra mágica. Se usaba para masajear músculos doloridos y mezclado con miel, vino o aceite se creía que aliviaba el asma y otras dolencias.
“Incluso hoy, las campesinas de la Galia Transpadana llevan piezas de ámbar como collares, principalmente como adorno, pero también a causa de sus propiedades medicinales. El ámbar, se supone que es profiláctico contra la tonsilitis y otras afecciones de la faringe, porque el agua cerca de los Alpes tiene propiedades que dañan la garganta humana de varias formas.” (Plinio, Historia Natural)

En la antigüedad se explicaba el origen del ámbar asociándolo a la luz del sol, y por tanto a las divinidades. Uno de los mitos recogidos por Ovidio en Las Metamorfosis relaciona el ámbar con las lágrimas vertidas por las hermanas de Faetón, las Heliades, cuando su hermano cae muerto y ellas, transformadas en chopos, lloran desconsoladamente y sus lágrimas arrastradas por las aguas del río llegan convertidas en ámbar a la ciudad para ser lucidas por las jóvenes latinas.


Cuentas de ámbar, Museo de Wiltshire


Por su asociación con la muerte, se empleaba en los funerales, como el de Ajax, contado por Quinto en su obra La caída de Troya:


“Relucientes gotas de ámbar dejaron allí
Lágrimas, dicen, que las hijas del Sol,
El señor de los Presagios, derramadas por Faetón muerto,
Cuando junto al río Eridanus lloraban por él.
Éstas por honor inmortal para su hijo,
Las hizo el dios ámbar, precioso para el hombre.
Incluso esto los Argivos en la ancha pira
Arrojan libremente, honrando al poderoso difunto.”

Los héroes merecían ser comparados con el resplandor del sol. En la literatura antigua hay ejemplos de personajes épicos que relucen con un brillo especial. Sus armas y adornos se describen como finas obras artísticas que resplandecen con oro, bronce, ámbar y otras materias que proporcionan lustre, como el ejemplo de la obra clásica griega El Escudo de Heracles

“El tomó en sus manos su resplandeciente escudo, nadie podía romperlo o dañarlo con un golpe, era digno de contemplar. Todo brillaba con esmalte, marfil y ámbar y relucía con oro."

En Grecia se le dio el nombre de elektron y se conocían  sus propiedades eléctricas. Los romanos lo llamaron succinum, y descubrieron sus propiedades, contenidas en el ácido succínico, como antioxidante y bioestimulante, por lo que era habitual llevarlo en collares y brazaletes. Llevado junto a la piel a temperatura ambiente proporciona un agradable aroma.  El ámbar convertido en polvo se empleaba para perfumar los ambientes y tendría un uso religioso y funerario.
 En las antiguas civilizaciones se consideraba una materia digna de figurar en joyas. Homero describe el collar que un pretendiente regala a Penélope hecho con ámbar: 

“El (heraldo) de Eurímaco le presentó luego un collar magníficamente labrado, de oro engastado en electro, que parecía un sol.” (Odisea, XVIII)


Collar de oro, ámbar  y cornalina, Museo Getty
Los etruscos y los romanos disfrutaron de joyas y adornos elaborados por artistas  especializados en ámbar que transformaban los pedazos que venían del Báltico en bruto en verdaderas joyas de arte. Se hacían camafeos y objetos de lujo finamente tallados. La sociedad romana consideraba el ámbar como símbolo de fertilidad y buena suerte, de ahí que los gladiadores lo llevaran entre sus ropas, como un talismán, cuando salían a luchar.


Ámbar en forma de casco de gladiador, Museo de Londres
“De Carnunto  en Panonia a la costa de Germania, donde se da el ámbar, hay cerca de 600 millas, de la que se sabe recientemente, y enviado por los romanos un caballero a comprar ámbar para Julianus, empresario de juegos de gladiadores para el emperador Nerón. El caballero corriendo la costa y los mercados del país, trajo tanto ámbar que las redes destinadas a proteger el podio contra las bestias salvajes fueron atadas con botones de esa sustancia, y las armas, los bienes y cualquier aparato durante un día, era de ámbar. La pieza más grande que trajo pesaba trece kilos.” (Plinio, Historia Natural, XXXVII)

Estatuilla asiria de ámbar y oro,
 Fine Arts Museum, Boston
Este alcanzaba un precio exorbitante como un artículo de lujo, y Plinio menciona que una pequeña efigie humana de ámbar era más cara que un hombre vivo y fuerte.

Existen ejemplos de estatuillas hechas con ámbar y otras piedras o metales preciosos en Mesopotamia, Grecia, Etruria y Roma,  en relación con las élites o los dioses, pero también con figuras más cercanas a la realidad cotidiana. Pausanias describe en su viaje a Grecia una estatua de Augusto hecha en Ámbar.
Su brillante color dorado o rojizo lo hacía atrayente para las mujeres que deseaban obtener ese tono para sus cabellos y por ello buscaban los tintes que les  dieran el color deseado. Plinio cuenta que Nerón le dio el nombre de succinum al pelo de su esposa Popea en un poema que le dedicó.


Ámbar etrusco, Museo Getty

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